Primero, seré madre de mi hija madre
Hoy abro una puerta azul, con cenefas doradas que parecen brillar con una luz propia, como si custodiaran un secreto ancestral. Al cruzar el umbral, sé que me convertiré en madre de mi hija, quien a su vez se transformará en madre. El título de abuela, como un susurro de futuro, puede esperar un ratito más. Los tiempos, caprichosos y cambiantes como siempre, han trazado un destino peculiar: mi hija, a sus 36 años, se prepara para ser mamá. Me siento como una bruja sabia, con el corazón latiendo al ritmo del universo, mientras la acompaño en la ceremonia secreta de la implantación. Estaré atenta, casi invisible, mientras el pequeño óvulo fecundado busca abrigo en su cuerpo, como un peregrino encontrando refugio en un santuario. La acompañaré durante los nueve meses que seguirán, meses que se estirarán como un hilo de plata bajo la luna. Le leeré los cuentos que siempre amó, pero esta vez, las palabras cobrarán vida y danzarán en el aire, llenando la habitación de figuras y colores. Seré