Primero, seré madre de mi hija madre


Hoy abro una puerta azul, con cenefas doradas que parecen brillar con una luz propia, como si custodiaran un secreto ancestral. Al cruzar el umbral, sé que me convertiré en madre de mi hija, quien a su vez se transformará en madre. El título de abuela, como un susurro de futuro, puede esperar un ratito más.

Los tiempos, caprichosos y cambiantes como siempre, han trazado un destino peculiar: mi hija, a sus 36 años, se prepara para ser mamá. Me siento como una bruja sabia, con el corazón latiendo al ritmo del universo, mientras la acompaño en la ceremonia secreta de la implantación. Estaré atenta, casi invisible, mientras el pequeño óvulo fecundado busca abrigo en su cuerpo, como un peregrino encontrando refugio en un santuario.

La acompañaré durante los nueve meses que seguirán, meses que se estirarán como un hilo de plata bajo la luna. Le leeré los cuentos que siempre amó, pero esta vez, las palabras cobrarán vida y danzarán en el aire, llenando la habitación de figuras y colores. Seré cómplice de todos sus antojos, que ahora parecen surgir de antiguos recuerdos de nuestros ancestros.

La guiaré para que elija pijamas con botones encantados y ropa holgada, tejida con hilos que susurran al oído los secretos del descanso. Le enseñaré a amar al ser que crece en su vientre, mientras las estrellas trazan mapas de su destino. Cada mes le explicaré cómo su hijo, con un corazón que late como un tambor lejano, va evolucionando en ese cálido océano interno.

Y cuando llegue la hora, estaré a su lado, sosteniendo su mano como un talismán contra el dolor. Los dolores de parto serán como olas, fuertes pero pasajeras, necesarias para que el nuevo ser pueda nacer.

Secaré sus lágrimas con un paño suave, como si borrara el rocío de la mañana de una hoja nueva.

Estaré ahí para mi hija, ayudándola a soportar el dolor de sus senos llenos de leche, enseñándole la posición correcta para amamantar, como si le transmitiera un antiguo rito de conexión. Le prepararé su dieta, llena de ingredientes que nutren no solo el cuerpo, sino también el alma, para que se recupere y se ponga fuerte.

Permaneceré despierta junto a ella, en las noches en que el silencio es interrumpido solo por el susurro del viento y el canto de los grillos, llevándole el desayuno que más le gusta, preparado con el cariño que cura. Le enseñaré a valorar su nueva identidad, la de ser madre, un título que la envolverá como una capa de estrellas.

Después, me retiraré con la elegancia de un suspiro, observándola desde lejos, como si fuera una obra de arte viva, colgada en un salón que solo existe en nuestros sueños.

Estaré lista para lo que me necesite, mientras tanto, seguiré preparándome para ser abuela, un papel que espera en el horizonte, brillante y misterioso.

Primero, seré madre de mi hija madre

Fin

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