JERÓNIMO

 JERONIMO

Tanto rogué a mi madre para que me enseñara que, finalmente, accedió ante mis súplicas. Unos cuantos movimientos bien coordinados bastaron para que me sintiera libre.

Para ello, necesite buscar en mi bolsa las llaves de Jerónimo (que manía la mía de humanizar las cosas), mi querido Morris Marina del 78, color rojo, parqueado en el garaje. Llegó a mí como herencia.

El llavero, compuesto por varias llaves y una gran pepa de tagua para evitar su pérdida, parece increíblemente difícil de encontrar en mi bolsa. Las llaves se escabullen y se esconden entre los objetos que componen mi mundo: pasado, presente, futuro y los "por si acaso".

Al fin, el encuentro es un placer. Girar la llave y ver el seguro de la puerta hacerse visible me invade con una sensación de que lo que viene será bueno. Como buena manaba, me gusta sacarme los zapatos y sentir la textura de los pedales bajo mis pies. Jerónimo no se prende a la primera; tengo que bombear. El ruido del motor acelera mi corazón.

Doy marcha atrás para salir del garaje, y aunque pueda parecer petulante, soy una experta en retroceder y estacionar. Meto primera, segunda, tercera, y el fresquito del aire invade el lugar. Sintonizo la radio y subo el volumen,  arregló el espejo retrovisor haciendo un escaneo por todo el pequeño lugar deteniéndolo frente a mi, sonrío pícaramente pues es nuestro momento, lo alineo con los otros dos espejos laterales y estamos listos para la aventura.

Jerónimo es mi confesionario, mi cómplice, mi terapeuta. Dentro de él he encontrado soluciones: algunas me han sacado de apuros, otras me han metido en problemas. Es mi matriz con mis hijos adentro; en ese lugar soy única. En la guantera hay toallitas, maquillaje, por supuesto los papeles que indican que soy la dueña, y una cobijita para los imponderables. Ahí, en ese lugar cerrado, he hurgado mi nariz y también he hecho el amor de mil formas que me avergüenzan.

Recorro la avenida del barrio, me adentro por calles sin salida solo por el gusto de girar. Gozo desplazándome. Jerónimo es mi caballo de acero: cabalgo, salto por los baches y esquivos huecos como cráteres;

 como la vida misma.

Luego, regreso. Lo meto otra vez al garaje con dulzura y salgo del carro con las llaves metidas en la bolsa, hasta la próxima.

Nota: no salgo a la ciudad porque se me caducó la licencia.

FIN

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Pecados capitales

2023-2024

Tarde de lluvia