TINTORETTO

El baloncesto era su pasión, su vida entera. Moshé llegó de la escuela, se cambió el uniforme en un parpadeo y salió disparado, sin darme tiempo a llamarlo para hacer las tareas. Pensé que volvería pronto, arrepentido, como un buen chico, para hacer los deberes antes de volver a su deporte favorito.

Pero cuando regresó, traía un bulto entre los brazos, y todas mis expectativas se esfumaron. Con un cuidado reverencial, abrió el paquete y dos enormes ojos negros, tan profundos como la noche más oscura, me miraron fijamente. Era un cachorro, apenas de unos quince días de vida.

—Lo encontré dentro de una mochila en el parque, entre los escombros de basura —dijo, aún agitado—. Eran cinco perritos, pero solo él estaba vivo.

Me conmovió profundamente ver la sensibilidad de mi hijo hacia los seres indefensos. Aquel cachorro, completamente negro, con el pelaje erizado y una panza hinchada, fue llevado de inmediato al veterinario. Unas horas después, volvió a casa bañado, desparasitado, vacunado y libre de pulgas, con todos los cuidados necesarios.

Desde ese día, el baloncesto quedó relegado a un segundo plano. Me dieron el honor de ponerle nombre. Inspirada en una pintura que estaba trabajando, basada en un famoso pintor italiano, decidí llamarlo Tintoretto.

Nunca había visto un perro tan inteligente. Tintoretto superó todas nuestras expectativas. Moshé creció, terminó el colegio y se fue a estudiar al extranjero. Fue entonces cuando Tintoretto, como si entendiera el cambio en nuestras vidas, me adoptó. Pasé por un periodo de tristeza que me llevó a enfermar, pero él siempre estuvo a mi lado, cuidándome sin estorbar, sin pedir nada.

Aprendió a avisarme cuando era hora de tomar mis medicamentos y acercarse a mi pecho cuando mi respiración se agitaba. Y ahora, mientras escribo esto, está aquí, a mi lado, acostado a mis pies, paciente y amoroso. Mi hijo regresó para pasar unos meses de vacaciones y, sin el menor remordimiento, Tintoretto volvió a su lado. No ha olvidado quién es su amo; le obedece en todo, duermen juntos, pasean juntos, son cómplices en todas sus aventuras.

Me gusta verlos juntos, pero Moshé tuvo que regresar y Tintoretto volvió a cuidarme. Sabe cuánto me duele su partida y está siempre alerta a mis necesidades. Dicen que los animales eligen a sus amos. Estoy segura de que Tintoretto eligió a mi hijo para que cuidara de mí mientras él cumple sus sueños en tierras lejanas.

Fin.

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