TACONES ROJOS
El abuelo sostenía entre sus manos la última botella de vino que habían tomado juntos; el corcho mantenía prisionera las cenizas de la abuela, pues iba a realizar un largo viaje por el rio hasta llegar al mar. Con toda su fuerza lanzo la botella a la ría; vimos como los lechuguines la envolvieron y se la llevaron escoltada como una reina; hasta que desapareció. Se habían conocido una tarde de marzo, cuando ella paseaba con sus amigas por el puerto; mientras el daba las ultimas indicaciones para zarpar. El abuelo era pequeño de estatura y de contextura robustas, con los ojos tan azules como si lo más profundo del mar lo hubiera hechizado. De sus cinco nietos soy la única que hereda el color de sus ojos; posiblemente porque nos unía algo más que hasta esos momentos desconocía. Después de la muerte de la abuela me quedaba con él todos los fines de semana; mientras mis padres visitaban la finca de banano al otro lado del rio. Subía las gradas de madera de teca casi a gatas, me gustaba to