Tarde de lluvia


La lluvia de estas tardes me ha traído recuerdos con añoranza, en especial uno que me hace reír como si la línea del tiempo se haya detenido, aunque ya son 15 años bien transitados.

Los dos primos, Moshé y Mateo, un poco tristes por la imposición del clima, no les toco de otra que quedarse dentro de casa hasta que San Pedro cierre las llaves y deje de llover. Muy calientitos acostados en la cama con las piernas estiradas hacia arriba y apoyadas en la pared, con la cortina abierta de la ventana para ver las gotas de lluvia chocar contra el vidrio; se originó una de la conversación más profunda entre ellos que todavía me produce ternura.

- ¿tienes algún familiar famoso? - Pregunto Mateo

- ¡No lo sé!, ¿Y tú? -     Dijo Moshé

- ¡Si! -.  Fue el SI más potente resonando como pelota de pin pon por todo el lugar, traspasando la pared de la habitación de alado en donde me encontraba. Al oír tal afirmación me levante de la silla dejando a un lado el libro que me acompañaba esa tarde; con mucho tino me coloque detrás de la puerta del baño que compartía los dos cuartos.

Bisabuelos y abuelos de Mateo vivieron en un pueblito al nororiente de Quito, envueltos de aromas de tierra mojada, mitos y leyendas; transmitieron con la oralidad historias que se iban perdiendo con el tiempo.

En aquella época en que los viejos eran niños llego una niña que jugaba con ellos, jugaban con pelotas de trapo, recorrían los cerros, y se metían en la acequia, solo por el gusto de enlodarse los pies. Les gustaba visitar amigos y parientes; si estaban enfermos, les llevaban ramitos de ruda con manzanilla que iban encontrando en el camino. Los muchachos se hicieron muy amigos, tanto que se consideraban como hermanos.

La muchacha tenía el don de escuchar, se fue haciendo famosa, y es así que frente a la cancha de futbol le hicieron una casa; la casa fue tan grande que ahora recibe visitas todos los días, ella no ha dejado de enlodarse los pies y tampoco de escuchar; intermedia con su padre por los pecados o requerimientos de sus amigos. ¡Ah!, se me olvidaba también bendice a los carros.

-Como se llama tu pariente-, pregunto Moshé

- ¡La virgen del Quinche! -.

Moshé un poco incrédulo se levantó y de un salto estuvo en el suelo.

- ¡Mama! ¿Tenemos un pariente famoso? - Pregunto.

Me puso en compromiso, busqué en mi memoria y recordé a mi suegra hablar de un coronel Luciano Coral, sería el tío del bisabuelo de Moshé.

Muy rápido le conté la historia, me interesaba más la conversación de los dos de lo que yo podía aportar.

Luciano era un joven periodista, con su pluma critico a los políticos de ese tiempo, termino uniéndose a las tropas de un general, lo ascendió a coronel y la amistad entre ellos se fortaleció, hasta que los dos amigos fueron masacrados, golpeados, cortaron sus lenguas, y arrastrados por las calles de la ciudad e hicieron con sus cuerpos una Hoguera. La historia la llamo ¨La Hoguera Barbara ¨.

En la habitación los dos muchachos se quedaron en silencio, posiblemente asimilando las historias de los familiares famosos.

De repente vieron que las gotas de agua ya no chocaban contra el vidrio, bajaron las gradas corriendo con la felicidad que solo los niños tienen.

Los esperaba con chocolate tibio, se lo tomaron sin tregua, y salieron a saltar en los charcos de agua que se habían formado en el jardín.

Estoy aquí en la misma casa con un chocolate, recordando a estos dos muchachos. Ni Mateo, ni Moshé se hicieron curas, periodista, militar o político, simplemente son ahora muchachos buenos, felices, capaces de imaginar, de amar, de darse la mano, muchachos valientes para el momento que les ha tocado vivir.

FIN

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