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Mostrando las entradas de julio, 2024

CELIA

  Como una idiota… ¡sí! Así se enamoró la tía Celita. —Eso les pasa a las mujeres muy inteligentes —decía su abuela, con un suspiro que mezclaba resignación y sabiduría ancestral. Una mañana soleada, aunque con el viento helado que bajaba desde el Pichincha, Celia vio salir del zaguán a un hombre delgado, con los hombros rectos, la columna erguida como una espiga y un caminar sereno; algo divino, parecido a un espejismo. Solo el sonido seco de la suela de sus zapatos al pisar las piedras lisas lo hacía real. Le pareció un poco arrogante, pero cuando lo escuchó hablar con tanta pasión a su hermano mayor sobre la profesión que había escogido en la Universidad Central y sobre teorías que se estaban poniendo en práctica en otros países, se enamoró de él. Lo quiso, convencida de que Dios podía andar entre mortales. —La regla le había llegado tarde, y fue determinante en la mujer que se convirtió. Sus ojos negros, profundos como pozos de misterio, y su boca roja, despertaban en el sexo opues

JERÓNIMO

 JERONIMO Tanto rogué a mi madre para que me enseñara que, finalmente, accedió ante mis súplicas. Unos cuantos movimientos bien coordinados bastaron para que me sintiera libre. Para ello, necesite buscar en mi bolsa las llaves de Jerónimo (que manía la mía de humanizar las cosas), mi querido Morris Marina del 78, color rojo, parqueado en el garaje. Llegó a mí como herencia. El llavero, compuesto por varias llaves y una gran pepa de tagua para evitar su pérdida, parece increíblemente difícil de encontrar en mi bolsa. Las llaves se escabullen y se esconden entre los objetos que componen mi mundo: pasado, presente, futuro y los "por si acaso". Al fin, el encuentro es un placer. Girar la llave y ver el seguro de la puerta hacerse visible me invade con una sensación de que lo que viene será bueno. Como buena manaba, me gusta sacarme los zapatos y sentir la textura de los pedales bajo mis pies. Jerónimo no se prende a la primera; tengo que bombear. El ruido del motor acelera mi cor

Cita con el Miedo

 Yo: Hola, ¿Te importaría si hablamos un rato? En la cafetería que abrieron en el gimnasio Miedo: Claro, pero no te prometo que será una charla fácil. Yo: te pedí un chocolate. Miedo: ¡gracias, comienzas tu o comienzo yo! Yo: ¡comienzo yo! Quiero entenderte mejor. ¿Por qué estás siempre ahí, incluso cuando no te necesito? Miedo: Estoy aquí para protegerte, aunque a veces se me va la mano. Intento mantenerte a salvo de cualquier daño, incluso de cosas que podrían no ser tan peligrosas. Como aquella vez que tenías fobia a los gatos negros. Yo: Pero esa vez que me dieron el diagnóstico de cáncer, hiciste que me sintiera tan desvalida. Miedo: veo peligros en todas partes. Mi trabajo es advertirte, pero a veces me cuesta medir la intensidad de mis advertencias. Yo: ¿Y qué pasa con esos momentos en los que me impides avanzar? Como cuando quiero hacer algo nuevo o enfrentar un desafío y termino procrastinando. Miedo: En esos momentos, temo que fracases o te lastimes. Prefiero que te quedes en

TINTORETTO

El baloncesto era su pasión, su vida entera. Moshé llegó de la escuela, se cambió el uniforme en un parpadeo y salió disparado, sin darme tiempo a llamarlo para hacer las tareas. Pensé que volvería pronto, arrepentido, como un buen chico, para hacer los deberes antes de volver a su deporte favorito. Pero cuando regresó, traía un bulto entre los brazos, y todas mis expectativas se esfumaron. Con un cuidado reverencial, abrió el paquete y dos enormes ojos negros, tan profundos como la noche más oscura, me miraron fijamente. Era un cachorro, apenas de unos quince días de vida. —Lo encontré dentro de una mochila en el parque, entre los escombros de basura —dijo, aún agitado—. Eran cinco perritos, pero solo él estaba vivo. Me conmovió profundamente ver la sensibilidad de mi hijo hacia los seres indefensos. Aquel cachorro, completamente negro, con el pelaje erizado y una panza hinchada, fue llevado de inmediato al veterinario. Unas horas después, volvió a casa bañado, desparasitado, vacunado