CELIA
Como una idiota… ¡sí! Así se enamoró la tía Celita. —Eso les pasa a las mujeres muy inteligentes —decía su abuela, con un suspiro que mezclaba resignación y sabiduría ancestral. Una mañana soleada, aunque con el viento helado que bajaba desde el Pichincha, Celia vio salir del zaguán a un hombre delgado, con los hombros rectos, la columna erguida como una espiga y un caminar sereno; algo divino, parecido a un espejismo. Solo el sonido seco de la suela de sus zapatos al pisar las piedras lisas lo hacía real. Le pareció un poco arrogante, pero cuando lo escuchó hablar con tanta pasión a su hermano mayor sobre la profesión que había escogido en la Universidad Central y sobre teorías que se estaban poniendo en práctica en otros países, se enamoró de él. Lo quiso, convencida de que Dios podía andar entre mortales. —La regla le había llegado tarde, y fue determinante en la mujer que se convirtió. Sus ojos negros, profundos como pozos de misterio, y su boca roja, despertaban en el sexo opues