AVENTURILLA


Con unos billetes pasados por debajo de la manga del cura, y al pedido de mis padres, nuestro segundo hijo fue bañado en agua bendita para protegerlo de semejante travesía que íbamos a realizar, todo fue muy rápido, pues acudiríamos al llamado de mi esposo que se encontraba en su nuevo destino y donde debutaría como flamante mayor del ejército.

El avión de Tame llegaba solo los viernes, recogía a un puñado de pasajeros para luego despegar rumbo a la capital; en la sala de espera contabilizaba el equipaje: dos pañaleras, la cartera, el coche de bebé que era un verdadero problema y no una solución el que me toco llevar por cabina a pesar de los intentos de mi padre por que se fuera como equipaje. Mi niña de tres años saltaba de butaca en butaca, él bebé de tres meses descansaba prendido del seno maternal, yo, con 22 años estaba feliz por la aventurilla que iríamos a tener al pasar las grandes puertas de vidrio donde comenzaría mi nueva vida como esposa de un militar al que acompañaría 30 años mientras estuvo activo y al que sigo acompañando y amando

Subí al avión ayudada por caballeros que se compadecían al verme, mientras las mujeres les inspiraba desazón

No recuerdo como llegue al terminal terrestre Cumandá, los olores del lugar me dieron la bienvenida, treinta y cuatro años después todavía tengo presente como se impregno en mis fosas nasales el olor a orina, humo de tripa misky, choclos asados, esmog…

La tarde empezaba a pintarse de gris, y la neblina comenzaba a ser la protagonista, fusionándose con el humo que los buses emanaban.

Las personas caminaban con aspectos tenebrosos y de forma autómata, escondidas en chompas gruesas para calmar el frio, haciendo lo imposible para que los pensamientos no los delatara; parecían que habían salido de algún lugar espectral.

Después de esquivar alcantarillas sucias, riachuelos de algún liquido mal oliente logre encontrar el bus que nos llevaría al puyo.

entregué las maletas y el famoso coche de bebé ; subí al bus, Busqué el mejor puesto para nosotros; situación que horas más tarde me arrepentiría .

La travesía fue escalofriante; la carretera que inauguraron muchos años atrás hacia el oriente, gran logro para la integración del país había sido olvidado por las autoridades pertinentes.

El bus de cuarenta pasajeros parecía un acróbata en la cuerda de un circo; la gran peña vertical a la izquierda y el barranco a la derecha, profundo y negro como boca de un animal que esperaba pacientemente su presa; solo la experticia del sr. chofer apodado despectivamente así por los pasajeros. un hombre sucio y desaliñado, esquivaba los cráteres lunares con la única luz del vehículo

Ir en la primera fila justo atrás del conductor me hizo ser espectadora de primera mano durante ocho horas de la película más traumática de mi vida.

-Por favor me deja en la garita del cuartel de la Shell- le pedí

Toda engarrotada con los niños dormidos, baje del bus; el oficial de guardia me estaba esperando y me condujo a una habitación de paredes de madera y una cama de conscripto.

Tal era el cansancio que nos quedamos dormidos enseguida.

Al día siguiente tenía que ir hacia los hangares de la unidad donde los aviones se preparaban para sus respectivos vuelos; uno de ellos nos llevaría a nuestro destino.

Una semana me quede en esa habitación por culpa del mal tiempo.

En el cuarto aledaño había una mujer pequeñita, delgada con su hijo de la misma edad de mi pequeña; también esperaba el mismo avión y el mismo destino.

Hablaba poco, nuestros hijos jugaban en los charcos de agua, él bebé ocupaba todo mi tiempo y no me fue posible entablar una conversación con la mujer; a lo mejor también como yo era esposa de uno de los soldados que estarían en el  campamento donde estaba mi esposo.

Al quinto día llego el villero gritando, -“el cielo esta despejado, los aviones pueden volar”-. Por fin el clima se dio un descanso y nosotros Pudimos subir al Arabá, un avión pequeño y panzón.

Los asientos eran dos hileras colocadas a los costados. Nos sentamos una a lado de la otra, para mí era la primera vez que subía a un Avión militar, ella sin embargo parecía que tenía más horas de vuelo.

Con nosotros se subió un sargento alto bien uniformado, con gafas que ocultaba algo... se sentó en la hilera del frente, mientras hablaba malas palabras, arengando a unos cinco muchachos mal uniformados que iban con él.

En la mitad del avión colocaron nuestras maletas, bultos de comida y cajas de maderas cubiertas con mallas de sogas para que no se escapara su contenido.

Acomode a los niños, pensé que pronto estaría mi familia completa, el amor de mi vida estaría esperando.

Ella se relajó posiblemente; el momento y el lugar hizo que hablara. -contó y yo escuche-. Con el dinero que iba a recibir le mandaría a su madre que vivía en Patricia pilar, se había hecho cargo de su otro hijo y como se acerca navidad les compraría dos bicicletas. En sus ojos podía ver esperanza.

Sin darme cuenta, en mí, se estaba germinando algunas capacidades que iría desarrollando mientras acompañaría a mi esposo en su vida militar.

Habíamos despegado y ya estábamos a unos cuantos pies de la tierra cuando la cantina que traía el hombre de las gafas en la cintura, exploto y el olor a alcohol inundó toda el área.

Ahora entendía lo que ocultaba detrás de sus gafas; la buena juerga de la semana.

Miré por la ventanilla un claro en medio de la selva, un gran rio como serpiente larga y gorda, bordeaba el lugar. La pequeña no despegaba su naricita de la ventana, sentía fascinación por todas las sensaciones nuevas, en especial por quien la iba a recibir.

De este sitio solo sabía que pertenecía a pueblos ancestrales, y en la dictadura estuvieron prisioneros siete políticos.

Aterrizamos sin ninguna novedad y las compuertas del avión se abrieron dejando entrar un fogonazo húmedo, el calor intenso que se vivía ahí era de 40 grados bajo sombra.

Él estaba ahí; esperando con su uniforme, y sombrero de selva; mi corazón latía a mil revoluciones por minuto, la nena se soltó de mi mano y corrió a los brazos de su padre, aferrándose a su cuello con toda su fuerza.

Bajaron los seis hombres, mientras otros subían en grupos para bajar los bultos; pero mi compañera de viaje y el niño no bajaron. Mientras mi familia se reencontraba y la felicidad era completa; la buscaba, ¡alguien debió recibirla, por donde se fue! Me había propuesto buscarla y entablar una amistad, pues nuestros hijos ya eran compinches de juego.

Mientras caminábamos para salir de la pista, un hombre con uniforme y bata blanco subió al avión. Apresuradamente se la llevaron: a ella y su niño en otra dirección a la nuestra.

Nunca más la volví a ver.

El avión tenía que partir enseguida, pero se armó un gran zafarrancho. Dos conscriptos de los cinco que viajamos a tan lejano punto geográfico de la selva, se aferraron a las llantas del avión sin tener éxito para que se soltaran

Meses después, no había olvidado a la mujer que viajo con nosotros, la busqué por el campamento, me enoje conmigo, por no preguntar su nombre, estaba tan ilusionada en ser feliz que olvide ese detalle. Hasta que supe quién era, no tenía nombre, era llamada por una letra y un número, constaba en la nómina del ejercito y tenía sueldo. Fue entonces que comencé a entender otras historias de vidas, a sorprenderme de la fortaleza para seguir viviendo y amando de diferentes formas, a que soy parte de un todo, y no esconderme dentro de un caparazón con letrero de familia feliz. 

Estaba aprendiendo a ser esposa de un militar. 

En ese campamento, pase un año y fue uno de los mejores de mi vida.

Cuando tuve la oportunidad, le hice llegar una bicicleta al amiguito de mi hija, y a ella le debo el mejor aprendizaje de vida.

Me olvidaba; el coche de bebé se quedó en algún rincón del campamento, espero que alguien lo haya encontrado y dado buen uso.

FIN

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