El Mejor Balsamo


Tengo 56 años, y la menopausia me azota sin tregua. Del grupo de amigas soy la menor; las veía siempre con sus abanicos muy elegantes, soportando los síntomas de esta transición con mucho estoicismo. El tiempo pasó, ellas ya no se abanican, soy yo la que saca el famoso instrumento de la cartera me abanico con fuerza para refrescar el sofoco que llega sin previo aviso. Cuando acordamos encontrarnos aprovecho para reclamarles, porque nunca hablaron de este proceso, yo realmente la estoy pasando mal, especialmente en la noche.

El último bochorno llega a las 4:30 am; me muevo hacia el filo de la cama, saco la pierna izquierda debajo de la sábana, con la punta de los dedos del pie busco el suelo, la sensación de topar algo frío me calma un poco; luego con la mano derecha me destapo por completo, el calor se vuelve más fuerte, tomo un sorbito de agua del vaso que suelo llevar antes de acostarme al que dosifico para cada subida de calor; con la sábana me doy aire; el pijama que algún día fue bata de playa se ha trepado hasta el ombligo. Después de unos diez minutos, el pudor se hace presente con el repentino frío que llega sin compasión, un frío helado que sube como serpiente por las rodillas; con sábanas y edredón me arropo hasta las orejas. 

El sueño se escabulle entre las cobijas, no lo encuentro por más que intento recuperarlo, al final llega cuando los rayitos de sol tratan juguetonamente de meterse a la habitación por la persiana. Compadecido de la mala noche, el compañero que duerme a mi lado me deja dormir unos minutos más. En ese momento en que el sueño es profundo y delicioso, Tintoretto, la mascota que uno de los hijos nos dejó encargado y que no hemos tenido la fortaleza para obligarlo dormir en el patio, amanece al pie de la cama, me avisa que tengo que tomar el Eutirox para la hipotiroideas que asomó algunos años atrás. Se pone en dos patitas al filo de la cama y comienza a llorar mientras mira el velador hasta que despierto. Como zombi, abro el cajón, busco la pastilla, la tomo con el último bocado de agua que he reservado hasta ese momento. El vaso de agua hace efecto; me levanto con los ojos cerrados, topando las paredes para no caer. Al regresar para continuar con el sueño reparador, me encuentro con la cama sin sábanas. La lucha la perdí hace años, me doy media vuelta y me meto a la ducha. 

Mi compañero por más de treinta años aprovecha mi ausencia en la cama; antes de que se me ocurra volver a acostarme; él entra como si estuviera en un gran escenario, que espera ser aplaudido o como si le fueran a pasar revista. Esta actividad es para él una rutina que adquirió mientras estuvo en el ejercito y se mantiene hasta ahora que forma parte de las filas de los jubilados. En estos pequeños detalles deja ver la disciplina de carácter, a los que me ha tocado tolerar. Tender la cama es para mí un castigo, para él una verdadera satisfacción. Despoja las vestimentas de la cama, las sacude con fuerza para espantar pesadillas, sofocos, malos pensamientos, malos olores, pelos, ácaros, o quién sabe cuántas criaturas nocturnas. La primera sábana cae como si fuera un paracaídas; la lanza por los aires; moviéndose de un lado al otro, introduce las esquinas con elástico entre el colchón y el somier, estirándolas tan bien que no quedan arrugas.

Con la siguiente sábana, se coloca a los pies de la cama y con tal fuerza nuevamente levanta la tela blanca (ojo siempre han sido blancas) como un globo cae perfectamente en toda la magnitud de colchón, hace un doble en la cabecera ajustando a cada lado, los pliegues de las esquinas son perfectamente simétricas, luego coloca el edredón para continuar con las almohadas alineadas la una con la otra, forma un reconfortante lecho digno de revista de decoración. 

Sigo con los ojos cerrados, con la cabeza apoyada en la pared de la ducha, el agua caliente cae en mi espalda; no me duele desperdiciar agua; me merezco un poco de mimo por la mala noche; poco a poco voy despertando y comienzo mi baño. Empezando por el chakra raíz. Subo al siguiente nivel el, YO SIENTO y en este momento me enjabono con fuerza, porque para sensible yo. Trato de no demorarme mucho para llegar al plexo solar y hago una lista mental de cosas que tengo que hacer en el día. Subo, subo y me encuentro con él, YO AMO me froto con amor el corazón que últimamente está sensible. El chakra de la garganta lo enjuago con cariño, aquí está mi emoción hecha enfermedad. Continúa con el tercer ojo para llegar al chakra corona. Envuelta en vapor, salgo del baño. Los sofocos y la mala noche desaparecen, pero mi ánimo está de locos, en ocasiones es triste, otras irritable. 

Bajo a preparar el desayuno y me encuentro con la mesa servida, perfecta sin perder detalle hay frutas de todos los colores, huevito duro (mi favorito), pan caliente. Él está ahí, bañado de una luz dorada que tímidamente comienza a entrar por la ventana de la cocina; está colando café. 

Mi mal humor se evapora entre los olores de la cocina; tenerlo es el mejor bálsamo para mi proceso de cambio en esta otra etapa de mi vida; a la que toda mujer sin excepción tenemos que llegar.

FIN

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Pecados capitales

2023-2024

Tarde de lluvia