MENTIROSA

 

Dicen que los que leen son personas sin oficio, una especie en extinción; el ruido y la tecnología están acabando con ellos. Creo que eso no es cierto, lo he visto en las librerías. Cada vez hay más libros; entonces debe haber más lectores escondidos en los rincones de todo el mundo.

Personalmente me gusta estar calientita en mi cama con un libro, lo prefiero a ver una novela turca.

Tengo un insaciable apetito por nuevas historias que me permiten perderme en la propuesta del escritor, sufrir y gozar con los personajes que se vuelven en algunas ocasiones más importantes que mi propia familia.

No puedo vivir sin libros: los compro nuevos o viejos, los pido prestado y no los devuelvo, en ocasiones planeo matemáticamente robarlos, los colecciono por autor, por género, por tamaño, por historias…. En fin, amo los libros.

Pero últimamente me ha dado por escribir, se ha convertido en una urgencia para seguir viviendo.

Comencé en la cuarentena que vino para despertarnos de un letargo en que habíamos caído; empecé recordando más por una necesidad desesperada de que el olvido no me derrote, poder preservar la memoria y de seguir existiendo que por el hecho mismo de escribir por escribir.

Los recuerdos me llevaron a la infancia, apenas aprendí a hablar, comencé a torturar a mis hermanas, que comenzaban aparecer en mi vida cada dos años, y a los que mis repertorios de cuentos tenebrosos iban, provocando en ellas terror y en sus sueños pesadillas.

Recuerdo una escena en la habitación que compartíamos: dormíamos las cuatro cada una en una litera, tendíamos una sábana simulando una carpa, completamente a oscuras. Les contaba de la vieja con cuatro pelos que venía todos los sábados a ver si habíamos engordado para llevarnos; pálidas, con los ojos desorbitados, temblaban de miedo y se abrazaban entre ellas. Esta historia trajo muchos problemas, cada vez que nos tocaba sentarnos en la mesa del comedor, pues mis pequeñas hermanas se reusaban a comer para no engordar.

Cuando crecí y me convertí en mamá, fueron mis hijos y sobrinos los que tuvieron que pasar por el mismo martirio de los cuentos de terror, los que ya había modernizado y tenían otras atmosferas.

Tengo que confesar que con mis cuentos he seducido a mi marido, no hay nada más excitante como una historia contada con pasión entre dos sabanas recién planchadas.

Cuando mi público (hermanas, hijos y sobrinos) crecieron, me acusaron de mentirosa y ya no tenían la paciencia para escuchar una historia inventada. Me dolió mucho este comentario, fueron unos cuantos años que no me atreví contar cuentos.

Hasta que leí algo que decía: cuando mis mentiras estén escritas en un papel; diré que soy una escritora.

FIN

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