EL PETIRROJO

 EL PETIRROJO

I

En el principio, todo era confusión; la nada estaba cubierta de neblina espesa.

La desolación invadió el corazón de nuestro Señor, eso lo puso muy triste. Su espíritu amoroso lo alentó, y con mucho entusiasmo se puso a trabajar por seis días.

Creo el cielo, la tierra, el hombre, los animales, las plantas y les puso nombres.

II

Muchas son las anécdotas que pasaron en aquellos tiempos. Una de ellas es la que sucedió el quinto días de la creación:

Estaba nuestro señor en el paraíso, pintando los pájaros; cuando se percató que ya no tenía colores en la paleta; se dirigió a buscar los oleos con paso ligero; cuando una pareja de pájaros se posó en cada uno de sus hombros agarrándose bien fuerte con sus garras para no perder el equilibrio.

Mientras ellos aletean sus alas incoloras, nuestro señor tomo sus pinceles que todavía no los había limpiado y se entretuvo colocándoles un poquito de rojo escarlata, un poquito de verde, un poquito de amarillo y un poquito de turquesa; se dio gusto dibujando al contorno de los ojos líneas negras con el pincel más fino que tenía; y mientras les pintaba sus plumas les pedía; que nunca se separen por más largos sean sus viajes, que anden en pareja repartiendo amor. Es así como obtuvieron sus clores los papagayos.

Mientras colocaba otra vez los colores en la paleta, vio que unos animalitos macho de cuatro patas correteando a las hembras de su especie. Las pobres no tenían descanso entre parir y enseguida recibir el aliento de vida del macho, y vio como sin tregua la especie se reproducía de mil en mil.

Nuestro señor un poco impaciente, lo tomo entre sus manos.

-te he dado la facultad de procrear- le dijo

-pero no te he concedido el derecho de no respetar a tu hembra.

-así pues, cada vez que expulses el aliento de vida, tu corazón dejara de latir.

De esta forma, se controlaría la sobrepoblación del cuy.

Ese mismo día, una bandada de pájaros se posaron en los recipientes de pintura, metieron sus grandes picos en ellos, provocando una gran fiesta de colores.

Y nuestro señor sonrió por las hazañas de estos y los llamó Tucanes.

No conforme, unos pájaros curiosos también llegaron a la escena y se posaron en los charcos de pintura regados por todo el lugar, y sus patas tomaron colores azules y rojos. Dios los llamo piqueros de patas azules y piqueros de paras rojas.

Y al colibrí lo doto de un don; ser el mensajero de las buenas noticias, con el poder de sus alas agitadas a mucha velocidad lograría traspasar el tiempo y llevar mensajes de una dimensión a otra.

Sí…; el día sexto pasaron tantas cosas curiosas.

El grillo se quedó ciego, la hormiga perdió sus alitas, y la fragata ladrona le creció un globo rojo en el pecho.

Nuestro señor trabajo mucho ese día, creando, pintando y modelando con arcilla los animales que habitarían en la tierra.

Ya era muy tarde, y en sus manos le quedaban un poquito de barro, se le ocurrió crear un pajarillo.

- ¡te llamaras petirrojo! - le dijo al pajarito y lo dejo volar.

Tanto era el cansancio de Dios que se quedó dormido.

Al día siguiente era el séptimo día y dios se propuso observar todo lo que había creado; se maravilló, porque era muy bueno y descanso.

III

Desde el día de la creación los hombres y animales abandonaron el paraíso y se esparcieron por todo el mundo, los hombres sabían labra la tierra y navegar en los mares, fabricaron vestidos, objetos para adornar los templos que construyeron en grandes ciudades.

Mientras tanto el pequeñito petirrojo voló por la hermosa tierra donde iba a vivir; la curiosidad lo invadió y le dio ganas de contemplarse en la orilla de un lago.

Fue entonces que observo que era completamente gris, intento varias veces posarse en las ramas que estaban cerca del agua y ver su reflejo, todo era en vano por más que se buscaba no tenía ni una sola pluma roja.

Asustado, el pajarito voló hasta donde estaba nuestro señor.

Pero Dios estaba extasiado viendo las mariposas coloridas revolotear en su cabeza, los pajaritos cantando en su hombro, los pavos reales salpicados de oro que se paseaban a su alrededor, los peces de colores saltaban felices en el agua, las abejas tomaban la miel de las flores y de los árboles caían deliciosos frutos.

El pajarito con mucho miedo, trazo círculos en el aire, para acercase cada vez más a dios hasta que logro posarse en su mano.

- ¿Qué deseas pajarito? -  le pregunto Dios.

Con sus grandes ojos negros y suplicantes, miro al señor, moviendo la cabecita de un lado para el otro.

-quería preguntarte una cosa-

-Que deseas saber! -

-por qué me llamaste petirrojo si desde el pico hasta la punta de la cola soy completamente gris y no tengo la menor mancha roja en mi cuerpo?

¿No te quedo por ahí un poquito de rojo que me puedas colocar en mis plumas y así hacer honor a mi nombre?

El pajarito esperaba ansioso una respuesta a su pedido, pero nuestro señor se limitó a sonreír amablemente y le dijo:

-no te preocupes tanto mi pequeño, te llamé petirrojo y así te llamaran por la eternidad; es solo que tú mismo tienes que ganarte las plumas rojas de tu pecho.

Y dios que es todo amor alzo la mano y nuevamente lo envió al mundo.

El pajarillo voló sin saber cómo iba a ganarse sus plumas coloradas.

IV

Una rara mañana, el sol apareció en el cielo muy triste, se sentía en el aire el peligro, pues lo que estaba por ocurrir nunca se olvidara en la historia del mundo.

El petirrojo no se había percatado del clima, estaba concentrado en la actividad de hacer su nido en los rosales mientras cantaba y contaba a sus pequeños como había sucedido el sexto día de la creación y como Dios había distribuido los nombres a las diferentes especies que habitarían la tierra.

Tenía la esperanza que si hacia el nido en el rosal, a lo mejor los pétalos de la rosa tiñería el plumaje de los pequeños.

Pero estos ansiosos y curiosos abrían sus picos y dejaban salir gorjeos atropellados y desentonados de sus gargantas medias peladas, para preguntar:

¡Si sus antepasados no se habían esforzado lo suficiente, para obtener el ansiado color!

La nostalgia le invadió el pecho gris del petirrojo, y de su pico salieron palabras que se convirtieron en las historias de sus antepasados por la búsqueda de las plumas coloradas para su especie; sin que hubieran obtenido éxito alguno.

Les conto que cuando el primer petirrojo tuvo su primera cría y vio que era igual que él, lo amo con todo el ardor que sentía en su pecho.

- ¡Ah! - Pensó 

-ahora lo entiendo- El buen Dios cree que debo amar con tal ardor que la llama amorosa de mi corazón será capaz de teñir el plumaje del pecho. Pero no lo consiguió.

Otros petirrojos se dieron cuenta que sus cantos eran hermosos y cuando las notas musicales, salían de sus pechos estos se hinchaban de entusiasmo y esperanza.

- ¡ah! -  pensaron

 Las plumas de nuestros pechos se teñirán por el ardor de los largos trinos y sostenidos gorjeos. Pero tampoco lo consiguieron.

Conseguir el color rojo también ha cobrado algunas vidas. Sucedió que nuestros antepasados se enfrentaron valientemente con otros pájaros y sus pechos se hinchaban de un entusiasmo bélico. Sus plumas se tiñeron de rojo sangre, y no vivieron para contarlo.

El petirrojo, aunque todavía estaba triste, terminó diciendo.

-ya ven- tantos años han pasado desde aquel día, tantas rosas marchitas, tantos pajaritos salidos del huevo, tantos que no podría contarlos, sin embargo, los petirrojos seguimos grises, ninguno de nuestra especie ha logrado ganarse la manchita roja.

V

De repente, unos gritos provocados por una multitud llamaron la atención del petirrojo, y vio cómo se acercaban a la colina donde se hallaba su nido.

Voló sobre ellos y vio hombres montados en caballos, soldados con lanzas, un verdugo con sus ayudantes que sostenían sogas, clavos, coronas de espinas, sacerdotes, jueces que caminaban prosudos, mujeres que lloraban y tras de todos ellos un pueblo salvaje que se unía a la procesión bailando y gritando.

El pequeño pajarito gris temía por la vida de sus pequeñuelos, pues el rosal era muy frágil y podían aplastarlos.

¡Cuidado!

¡Júntense y sosténganse fuertes unos con otros, vienen caballos y va a pasar por encima de nosotros!  –gritaba-

Un instinto de protección hizo que se metiera en el nido y extendió las alitas sobre los pequeños para que no vieran lo terrible del espectáculo.

Los pequeños gorjeaban pidiendo explicación, a lo que él solo atinó a decir:

¡es algo terrible para ver; llevan tres hombres para ser crucificados!

El pajarito hubiera querido que no percibieran los martillazos, lamentos, y gritos de la gente furibunda. El petirrojo siguió con la vista el horrible espectáculo, y sus ojitos se dilataron por la horrenda escena; no podía apartar la mirada de los tres hombres.

¡En que se ha convertido el hombre! -  gorjeo

-ah, estos desdichados, los han clavado en la cruz, a uno de ellos la sangre le resbala por su frente herida por la corona de espinas que le han colocado.

La pena del pajarillo iba en aumento cada vez que los hombres lo ajusticiaban, clavando sus lanzas en el cuerpo del desdichado.

Se imaginaba que si fuera un águila le arrancaría con el pico los clavos que perforaban sus manos y con las garras enfrentaría a todos los soldados malvados.

- ¡pobre hombre si pudiera hacer algo! - decía

Tiene una mirada tan dulce que todo el mundo debería amarlo.

El petirrojo no podía seguir estando quieto; tenía que hacer algo al ver como la sangre goteaba de la frente del crucificado.

VI

Es así como abandono el nido y voló, trazando círculos cada vez más amplios, lo hizo varias veces en torno al crucificado. Era muy tímido para acercarse, pero poco a poco llego a la cruz. Con su pequeñito pico logro sacar una de las espinas de la frente del hombre crucificado.

Mientras lo hacía, una gotita de sangre le salpico al pecho y tiño de color rojo el delicado plumaje de su garganta.

El hombre crucificado abrió los labios y susurró al pajarito.

-en premio a tu piedad has merecido lo que toda tu especie viene anhelando desde el día de la creación.

El petirrojo volvió al nido, y sus pequeños al verlo gorjearon en coro.

- ¡tú pechos esta roja, más rojas que las rosas! -

El pajarito dijo gorjeando.

-no se entusiasmen, esto es solo una gota de sangre de la frente de ese pobre hombre crucificado, desaparecerá en cuanto me bañe en un arroyo o en el lago.

Pero por más que el pajarito se sumergiera en cualquier lugar donde había agua el color no se borraba y cuando crecieron sus pequeñuelos la mancha roja brillo como la sangre en las plumitas de sus pechos.

Y ahora mismo me deleito viendo por la ventana a dos pajaritos petirrojos pasearse de rama en rama en el jardín del abuelo, mientras terminó de escribir este cuento.

FIN

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