DOS MAS DOS


Mientras caminaba, se iba comiendo las uñas con giros para arriba y otro para abajo sin ser consciente de lo que hacía.  Su prima la esperaba en la hamaca debajo del palo de mango, se sentó a lado y le contó cómo pudo; ¡así!, con pocas palabras y cuentas mal hechas.

Las dos habían llegado hasta cuarto grado, a las autoridades del recinto se les olvidó pedir un profesor para los más grandecitos; solo saben contar, dos más dos, cuatro, lo suficiente para entender lo que no puede pasar de un par de meses.

 Su madre trabajaba en el pueblo y ella se encargaba de sus hermanos, con la escoba danzaba por la casa de caña de guadua, tapizada con papel de las fundas de cemento que su padre había traído cuando hacía trabajos temporales de albañil; limpiaba los mocos y calzones cagados de los más pequeños, una vez por semana acompañaba a su madre donde los patrones; así le ayudaba un poco.

— Tengo un problema— le dijo a su prima.

 En ningún momento el tono de su voz evidencio dolor porque ella no sabía que era eso, se lo dijo quedito; mientras se señalaba de forma ingenua el ombligo, no sabía que debajo de este había todo un sistema reproductivo, movió el dedo índice señalando por donde el gusano le dejo una baba asquerosa. No le conto sobre el dolor que sintió, de eso ya estaba acostumbrada, como los moretones en los brazos, los que tomaban diferentes tonos de una paleta de amarillos, verdes y morados, me lo hacen mis hermanos contestaba cuando alguien preguntaba con curiosidad morbosa; la prima también coleccionaba arañazos, ella decía que se los hacía el perro; pobre sultán, era muy noble, incapaz de lastimarla.

 Las dos sabían que mentían, pero ninguna era capaz de sincerarse.

Su prima le contó que vaya al dispensario. Ha llegado una doctora, ella sabe, hace cuentas, cura las heridas, ella sabe qué es lo que tienen que curar y sacar.

Se levantó de la hamaca y caminó cerro abajo, sus pies se blanquearon por el polvo. Es verano, los estragos del fenómeno de la niña, tienen el lugar seco y desolado, los ceibos parecen monstruos deformes, y el calor sofocante hace y deshace de los habitantes de ese lugar.

Repetía como una oración una y otra vez lo que su prima le dijo: "ellos te lo pueden sacar de encima; ellos te lo pueden sacar de encima, ellos te lo pueden sacar de encima".

Al llegar una enfermera le pidió su nombre y ella se lo dio. Aunque hubiera preferido que no se supiera; le tomo la presión, la temperatura y la peso; le aterraba que le pidiera que se desnudara otra vez.

 ya te van a llamar —le dijo la mujer de blanco.

Se sentó en la última hilera de sillas de la sala de espera; al frente estaba una jovencita como ella, con un vestido blanco y apliques de margaritas.

 Se acordó cuando usó por última vez un vestido; fue esa ocasión que la hizo sentarse junto a él, y sus manos le recorrían por debajo de la tela suave, sus dedos húmedos, como la lengua de un perro, la lastimaban, la desgarraba mientras él jadeaba. 

Esos recuerdos le provocaban náuseas; fijó su mirada en el hombre que acompañaba a la niña, que era su papá.

 Bajó la cabeza y miró sus pies empolvados y sintió cómo su short se le había trepado por los muslos, se sintió mojada en la entre las piernas por el roce de la caminata.

Volvió a recordar: es el calor que humedece, le decía él antes de liberar el gusano blando como una lombriz muerta.

Al fondo del pasillo alguien pronunciaba su nombre y eso la trajo a su presente. 

Se levantó y, se dirigió hacia la puerta, mitad vidrio, mitad aluminio; entró; una mujer con mandil sentada al otro lado del escritorio la esperaba. 

—Siéntate —le dijo. Mientras se colocaban los lentes.

Ella miraba un diploma que colgaba de una de las paredes, no pudo leer, los sellos dorados y las grandes firmas la inspiraron seguridad.

—Ellos saben— se acordó de lo que su prima le dijo.  Tranquila.

La doctora le sonrió y le preguntó.

 - ¿Qué te duele? -

No pudo contestar; hubiera dicho nada o también todo, pero no tuvo fuerza.

—Me dijeron que tenía que venir—

¿Qué edad tienes?

-catorce— contestó.

¿Cuándo fue tu último control?

Solo levantó los hombros, su madre nunca la había llevado.

La médico anotaba en unas hojas en blanco, sin mirarla.

Volvió a preguntar.

¿Cuándo fue tu última menstruación?

 Hace dos meses, lo dijo rápido y segura.

¡Sabes lo que significa eso!

Ella afirmó con la cabeza.

Las palabras de la prima le resonaban en la cabeza. —Ellos saben— y se tranquilizó.

¿Y qué quieres hacer?

-Ellos saben y sacárselo es legal-, dijo la prima.

Y el papá preguntó la médico.

 ¿Qué papá?

Ya veo: te voy a dar unas pastillas, las puedes retirar en la farmacia del centro médico; le decía, mientras escribía la orden, en su cara no apareció ninguna expresión, algo que ella agradeció.

 Y si no pasa nada, acá me lo pueden sacar.

-Sí-, le contestó la mujer con certeza.

La prima sabía, lo sabía, ellos sabían.

Mientras regresaba a casa, vio lo que no había visto cuando bajaba del cerro: el sol le acariciaba su piel canela y la brisa de la tarde le refrescaba, los ceibos parecían que bailaban tomándose de las manos; sacudió sus sandalias y el polvo en sus pies había desaparecido.

-Si dices algo, te vas a ver conmigo-, le decía él.

 Ella aprendió a callar, las palabras se le habían atorado en la garganta.

Subió la escalera de caña, miró con tristeza la caja de yerbas sembradas por su madre; cebollín, óreganon, perejil se habían agobiado por falta de agua; tomó el mate ancho, lo llenó de agua fresca y regó dándoles otra oportunidad.

Entro a la sala donde solo la hamaca era el único mobiliario, su padre jugaba con su hermanita haciéndole cosquillas y la mecía delante atrás como si fuera una canoa.

Se paró a un lado y le dijo

 -Estoy preñada-

 Su hermanita no rio más y él solo atinó a decir.

-eso no es bueno-

A ella no le parecía que era tan malo, estaba todo arreglado; pero no se lo dijo.

La doctora dijo que tengo que volver con usted.

 ¿Para qué?

-No lo sé –

Respondió mientras alzaba los hombros,

¿Cuándo?

¿Ahora?

 -Ellos hacen cuentas, cuanto antes mejor- le dijo su prima.

Su hermanita quedó a cargo de los otros hermanos y salieron padre e hija; sin culpas.

 Llegaron al dispensario y se sentaron a esperar; la tarde refrescaba y el sol comenzaba a bajar para ocultarse.

Volvieron a llamarla, él mostraba su pecho velludo debajo de su camisa media abierta y con actitud agresiva.

- ¿Algún problema?  Pregunto la médico.

-Ninguno- dijo orgulloso.

Ella no dijo nada, solo su dedo señaló al padre.

La Doctora entendió de inmediato, bajo la cabeza y asintió.

- no hacemos cargo- dijo.

La doctora se levantó de su silla, se acercó a ella, la llevó hasta la puerta y, como si fuera un pajarito, abrió para que volara.

Ella dudó después de todo que era el padre.

 Recordó a su hermana, a su prima y la promesa de sacarlo de encima.

Camino por el pasillo y salió del centro médico.

-Ellos saben- repetía; mientras la sensación de alivio la libero 

FIN

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