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Mostrando las entradas de agosto, 2024

Primero, seré madre de mi hija madre

Hoy abro una puerta azul, con cenefas doradas que parecen brillar con una luz propia, como si custodiaran un secreto ancestral. Al cruzar el umbral, sé que me convertiré en madre de mi hija, quien a su vez se transformará en madre. El título de abuela, como un susurro de futuro, puede esperar un ratito más. Los tiempos, caprichosos y cambiantes como siempre, han trazado un destino peculiar: mi hija, a sus 36 años, se prepara para ser mamá. Me siento como una bruja sabia, con el corazón latiendo al ritmo del universo, mientras la acompaño en la ceremonia secreta de la implantación. Estaré atenta, casi invisible, mientras el pequeño óvulo fecundado busca abrigo en su cuerpo, como un peregrino encontrando refugio en un santuario. La acompañaré durante los nueve meses que seguirán, meses que se estirarán como un hilo de plata bajo la luna. Le leeré los cuentos que siempre amó, pero esta vez, las palabras cobrarán vida y danzarán en el aire, llenando la habitación de figuras y colores. Seré

GAYA

 Alexa me despierta a la hora programada, pongo las manos hacia adelante y me estiro como cuando voy a las clases de yoga, la posición del niño. Salto de la cama para ir a la cocina todavía frotándome los ojos; ¡me gustaría quedarme un poquito más en la cama calentándome con los rayos de sol que entran por la ventana! Luego me daré un baño de sol, que buena falta le hace la vitamina D an mis huesos. Pongo la tetera con agua, busco el té de manzanilla con miel y lo coloco en mi jarrito pintado de margaritas. Acerco la nariz al vapor que emana el té, pero no percibo olor alguno. Me limpio la cara. La siento mojada. La cafetera también indica que el agua está lista; su aroma ha desaparecido. Tampoco me apetece saborearlos. Algo está pasando con los alimentos, ¿o seré yo?  Voy colocando la mesa para el desayuno, saco de la refrigeradora el queso crema, lo destapo y lo huelo, no vaya a ser que también esté feo, pero esta vez se me hace agua la boca. Antes de ponerlo en la mesa, meto mi leng

EL ÚLTIMO BAILE

 El Último Baile La organización para el último baile del quinto curso se había convertido en nuestra única preocupación; ya no importaban los azules o rojos que decoraban la libreta de calificaciones, ni siquiera la posibilidad de que la temida asignatura de taquigrafía nos dejara rezagados un año más. La adolescencia había reducido nuestras ansiedades a una sola: la fiesta. Miguel Perero, con su voz de líder, repartía las comisiones como un general distribuyendo órdenes en medio de una batalla que solo nosotros entendíamos. Mientras él hablaba, yo luchaba por mantener una sonrisa que, aunque pretendía ser despreocupada, escondía la tormenta que se arremolinaba en mi interior. —Edgar Macías, tú te encargas del trago, por supuesto, caña manabita. Marcelo Loor, tú llevas el hielo y el limón cortado en gajos. Las chicas llevan chifles, paté de queso y de atún. —¿Y tú, ¿qué vas a llevar? —dijo en coro todo el curso, como si hubiésemos ensayado desde la eternidad para ese momento. —Yo llev