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Mostrando las entradas de junio, 2024

VACACIONES EN LA PLAYA

La ausencia de mi padre definitivamente me marcó, dejando una herida sin horizonte, salada, que me corroe el corazón. He llorado tanto que podría haber formado otro mar. Este lugar me llama; he vuelto a los diez años, con medio siglo a cuestas. Camino por donde caminaste, me siento en los mismos lugares donde disfrutabas de la contemplación, converso con personas que te recuerdan y a los que no, les cuento de tus aventuras. Bajo a la playa con el mismo short de hace años; no he querido renovar mi ropa de playa. Mis piernas están peludas y en mis axilas un vello incipiente se deja notar. En la mochila llevo mi libro, el cuaderno de notas y un pequeño lápiz que encontré en un velador de la casa de la playa que con tanto amor fuiste construyendo. Al llegar al malecón, una hilera de sombrillas anaranjadas y rojas me espera. —¿Patrona, quiere una silla o una perezosa? —me dice el dueño de los ocho parasoles. Me ha preguntado lo mismo todos los días, y hoy que es el último, no es una novedad

DOLORES

  Bajo el resplandor del solo matutino y el reflejo del cielo azul en la piscina, las palabras se agolpan en mi mente, ansiosas por plasmar en el lienzo del papel. El terreno que ahora acoge la morada familiar fue adquirido por mis progenitores; “la casa de los abuelos” la llamamos ahora. Se construyó en un barrio aún incipiente, conocido como el "Barrio del Samán", en honor al majestuoso árbol que se alzaba en su centro. Aquí, en estas calles de tierra arcillosa y terrenos poblados de algarrobos, transcurrió mi infancia, entre ventanas de latillas cruzadas para protegernos de los ladroncillos que aprovechaban del lugar solitario y suelos de cemento que requerían ser pulidos con esmero para evitar el asedio del polvo. Los susurros del pasado llegan a mí sin permiso, asomando tímidamente la figura de ella, la protagonista silenciosa de este relato, que ha pasado al olvido y que quiere salir a luz. Siempre la vi envuelta en un vestido blanco, adornado con bordados de flores neg

CONTADORA DE HISTORIAS

Siempre me gustó subirme y sentarme en la última fila del bus, no en la ventana derecha ni en la izquierda, sino en la parte central. El lugar cerrado con asientos en hilera colocados a cada lado de la carrocería metálica, era todo mi mundo; ahí, se activaba al cien por ciento mi imaginación, mi capacidad de observación y de evadir la responsabilidad como estudiante de la prepa de ingeniería. Lo único que tenía que hacer era bajar del bus y llegar puntualmente a la universidad, atender las clases de matemática y regresar a casa sin desviarme de la ruta. —Yo cumplía—, a mi manera, claro está; me subía al bus, no me bajaba del vehículo y me bajaba puntualmente en la parada frente a la casa, donde papá me veía orgulloso por encima de sus lentes. Ese ejercicio duró hasta que me descubrieron; como castigo, papá me llevaba en su camioneta roja, esquivando los baches y se estacionaba debajo de la acacia que estaba frente a la facultad de ingeniería civil; esperaba hasta la hora de salida.  Co